Pese al gran boom de las luces LED en todo el mundo, no es oro todo lo que reluce y realmente podríamos no estar ahorrando tanto en nuestras facturas como creíamos.
Como ya todos sabemos, la gran alternativa energética que entró para sustituir las bombillas tradicionales fue el LED. Las bombillas LED son muy eficientes desde el punto de vista energético, pero mantienen el aspecto y la sensación de una bombilla incandescente.
Y es que, técnicamente, las bombillas LED no son bombillas: LED significa “diodo emisor de luz”. Son diminutos semiconductores (diodos) envueltos en plástico para proteger los elementos y enfocar la luz.
Cuando hablamos de una “bombilla tradicional”, nos referimos a una bombilla incandescente, del tipo que ha existido desde que Thomas Edison patentó su invención en 1879. Estas bombillas tienen filamentos que brillan, produciendo calor y luz cuando la energía fluye a través de ellos.
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Las luces led o de led, por otro lado, tienen electrones que fluyen para crear fotones: luz que podemos ver. Los fotones casi no generan calor. Las luces LED también requieren mucha menos energía para crear la misma cantidad de brillo que las luces incandescentes y duran mucho más.
Las bombillas LED utilizan un 75 % menos de energía que la iluminación tradicional. A niveles de potencia bajos, la diferencia es aún mayor. Sin embargo, hoy no venimos a hablar de las ventajas del LED frente a la iluminación tradicional.
El tema de hoy se centra en cómo el boom del LED ha provocado que todos nos hayamos vuelto locos y cambiemos por completo la iluminación de nuestras casas, empresas y todo tipo de establecimientos, pero realmente solo estamos incrementando el consumo.
No estaríamos ahorrando tanto como creíamos
Según la consultora de datos IHS Markit, las luces LED usan mucha menos energía por lumen producido. La iluminación LED usa un promedio de un 40 % menos de energía que las lámparas fluorescentes, y un 80 % menos que las lámparas incandescentes para producir la misma cantidad de luz.
El gran problema viene cuando hacemos el gran cambio a esta novedad y comenzamos a iluminar nuestras estancias, sean las que sean, con más luz de la que realmente necesitamos. La iluminación ahora es más económica, pero estamos haciendo un uso desorbitado de estas nuevas formas.
Un estudio publicado en la revista Science Advances utilizó fotos del espacio para mostrar que estamos usando más iluminación que nunca. La superficie iluminada artificialmente de la Tierra por la noche aumenta en luminosidad y extensión. Desde luego que aquí, una imagen vale más que mil palabras.
Puede que estemos luchando contra la contaminación atmosférica pero a esta batalla ahora debemos sumar un nuevo contrincante: la contaminación lumínica. Y claro, lógicamente esto para los fabricantes es un pozo sin fondo de beneficios al que no están dispuestos a renunciar.
A esto hay que sumarle el “problema” de la tolerancia para jugar con los valores de sus productos. Para que se entienda, la tolerancia en términos de medición, es la diferencia entre las dimensiones máximas y mínimas de los errores que se permiten.
Las pruebas europeas para bombillas permiten un umbral de tolerancia del 10 % (puedes haber un desfase de hasta un 10 % entre lo que indica y la realidad), lo que significa que una bombilla clasificada con 600 lúmenes, una medida de brillo, podría en realidad ser de 540 lúmenes, aunque claro, te están cobrando más.
Efectivamente hay que tener en cuenta también el tiempo de vida de las bombillas, ya que los fabricantes prometen más de 1.000 horas de uso en bombillas incandescentes, aunque las hay que tienen 120 años funcionando.
Los fabricantes de bombillas LED como Philips garantizan sus bombillas LED durante 15.000 horas efectivas de uso y 20.000 encendidos. Pero no todos los fabricantes tienen las mismas garantías.
Todos hemos visto cómo en nuestras casas se han fundido bombillas LED de otras marcas mucho antes de esas 15.000 horas de uso, por lo que el supuesto ahorro queda en entredicho.
Otro de los grandes problemas que favorece a fabricantes y compañías eléctricas
A todo esto, por si fuese poco, hay que sumarle que los únicos ganadores reales de este boom son los fabricantes y las compañías eléctricas. Por un lado, a los fabricantes les interesa este nuevo sistema ya que en lugar de vender bombillas tradicionales, ahora pueden vender reemplazos LED inflados por un marketing desmesurado, aunque sus precios ya no sean un problema.
Por otro lado, las compañías eléctricas tienen una infraestructura defectuosa si consideramos una red eléctrica al máximo. Les costaría miles de millones renovar todo el sistema por lo que alientan a las empresas y las gobiernos a gastar su dinero en nueva luminaria LED.
En pocas palabras, la iluminación LED tiene sus innegables ventajas. Es excelente para el medio ambiente y reducirá su huella de carbono, pero financieramente hablando se está generando un negocio detrás en el que siempre acabamos perdiendo los consumidores de a pie, aunque tampoco estamos haciendo un uso maduro de esta nueva forma de iluminar nuestros hogares y empresas.