FUENTE: INFOBAE
Este sábado 11 se cumplen sesenta años de la presentación del Manifiesto del Nuevo Cancionero, hecho que ocurrió en el recordado local del Círculo de Periodistas, en plena avenida Godoy Cruz 166 de la ciudad de Mendoza. Una generación de músicos, poetas, bailarines y escritores, juntos, expresaron su deseo de representar la voz del pueblo en nuevas formas de canción, y lo hicieron con profundo contenido social. El Nuevo Cancionero metió al hombre común en las letras del folclore, con todo la carga política que ello significaba.
Armando Tejada Gómez, Mercedes Sosa, Tito Francia, Oscar Matus, Damián Sanchez, Pedro Tusoli y Juan Carlos Sedero, entre otros, impulsaron este movimiento musical-literario que habría de legar un nuevo repertorio en la música popular argentina. Levantó barreras de género musical como la que dividía tango y folclore, la poesía transitó por vivencias e historias cotidianas, provocó un impacto latinoamericano y trascendió al mundo.
El Nuevo Cancionero postuló una integración de los distintos repertorios y géneros de la música popular argentina, empeñándose en una integración y equilibrio de las diferentes regiones, articulados con la tradición. Pero con un detalle: el pasado iba a ser visto con los ojos e intereses de las nuevas generaciones.
Además, nunca se mostró como oposición a ninguna manifestación artística popular, sino como consecuencia del desarrollo estético y cultural del pueblo, y fue su intención defender y profundizar ese desarrollo. Renovó nuestra música para darle un contenido social a sus letras, para adecuarla al ser y el sentir del país de entonces.
Esta nueva forma de entender, crear e interpretar el folclore argentino surgió de los patios, boliches y reuniones que se realizaban bajo las parras mendocinas. Fueron historias personales que confluyeron con el objetivo de anunciar en un nuevo despertar. Sabiendo del poder que tenía la radio por ese entonces, los hacedores entendieron que a través de la música podrían llevar este mensaje.
El origen fue en una humilde casa de Luzuriaga (Maipú,) donde vivía Armando Tejada Gómez, y en aquella máquina de escribir Remington, junto con Oscar Matus, decidieron dejar los discursos de lado y de una vez por todas certificaron sus ideas por escrito. Nacía una leyenda.
El legado
El Nuevo Cancionero gestado en Mendoza juntó artistas de más de veinte idiomas, extendió su canto por Latinoamérica, despertó voces con los sentires propios de otros lugares y dio lugar a las nuevas generaciones en los escenarios. El Movimiento traspasó las fronteras de los géneros musicales, y Mercedes Sosa llevó el compromiso social a los escenarios del mundo. “Fue la encarnación del Nuevo Cancionero”, dijo el periodista -también mendocino- Rodolfo Braceli.
Silvio Rodríguez reconoció hace algunos años que los fundadores de la Nueva Trova Cubana partieron del ejemplo gestual del Nuevo Cancionero cuando, a fines de los 60, quisieron dejar atrás el pasado y pasar a una etapa de renovación de su música nacional.
Entre los primeros y quizás más destacados adherentes figuran artistas plásticos, músicos, cantantes, bailarines y escritores, como el austríaco Sergio Sergi, el genovés Roberto Azzoni, el croata Svrako Ducmelic, el belga Víctor Delhez, el chileno Lorenzo Domínguez, Carlos Alonso, Antonio Di Benedetto, Humberto Crimi, Ricardo Tudela, Enrique Ramponi, Fernando Lorenzo, Víctor Hugo Cúneo, Luis Quesada, Juan Carlos Sedero, la Nueva Trova Cubana (Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Santiago Feliú), la Nueva Canción en Chile (Violeta Parra, Quilapayún, Víctor Jara, Inti Illimani), Daniel Viglietti, y tantos más en Uruguay.
Más nombres. La influencia del manifiesto se extendió a las obras del Cuchi Leguizamón, Ramón Ayala, Hamlet Lima Quintana, Atahualpa Yupanqui, Ramón Ábalos, Daniel Talquenca, Rodolfo Braceli, Jorge Marziali, Cesar Isella, los Hermanos Núñez; y a partir de los 70, Pocho Sosa, Jorge Sosa, Víctor Heredia, Julio Lacarra, León Gieco, el Cuarteto Zupay, Manuel J. Castilla, el Dúo Salteño y el Chango Farías Gómez entre tantos otros.
Miembros fundadores
Los fundadores del Movimiento del Nuevo Cancionero fueron Tito Francia, Oscar Matus, Armando Tejada Gómez, Mercedes Sosa, Eduardo Aragón, Víctor Gabriel Nieto, Martín Ochoa, David Caballero, Horacio Tusoli, Perla Barta, Chango Leal, Graciela Lucero, Clide Villegas y Emilio Crosetti.
A continuación, el texto completo del Manifiesto del Nuevo Cancionero, dado a conocer el 11 de febrero de 1963.
La búsqueda de una música nacional de contenido popular ha sido y es uno de los más caros objetivos del pueblo argentino. Sus artistas, desde los albores de una expresión popular propia han intentado, con distinta suerte, incorporar la diversidad de géneros y manifestaciones de que disponían a su sensibilidad con el propósito de cantar al país todo. Ya Carlos Gardel, en los inicios de los modernos medios de difusión, incursionó como autor e intérprete tanto en el género nativo, donde empezó su relevancia, como en el género típico ciudadano, que encontró en el tango su forma más completa de expresión. Otros géneros, populares entonces, como el vals, la polka, etc., no resultaron tan eficientes para traducir el modo de ser y sentir de las amplias capas populares del país creciente. En la búsqueda de su expresión, el artista popular adoptó y recreó los ritmos y melodías que, por su contenido y su forma, se adaptan más totalmente al gusto y los sentimientos del pueblo.
Esa interrelación entre el artista creador y el pueblo destinatario de sus obras, dio nacimiento al tango que, penetrado de la circunstancia viva de las masas, sería desde entonces la canción popular por definición, dada la preeminencia que en lo cultural, político, social y económico tendría, también desde entonces, Buenos Aires sobre el resto del país. La deformación geosociológica que este hecho político provocó en todos los órdenes de la vida del país, debía alcanzar también a la música nacional de inspiración popular. Se relega al interior, hombre, paisaje y circunstancia histórica, y el país acentúa su fachada portuaria, unilateral, y por lo tanto, muchas veces epidérmica. Porque durante muchas décadas el país fue eso: un rostro sin alma, aunque el tango, con su palpitante crónica dolorosa (Contursi, Flores, De Caro, Los Caló, Discépolo, Manzi y tantos otros fácilmente identificados) reclamará desde sus noches insomnes por el cercenamiento del espíritu nacional y por la amputación feroz del país total. Es que el tango, merced a su buena suerte, ya había caído del ángel popular a las manos de los mercaderes y era divisa fuerte para la exportación turística.
Fue entonces cuando lo condenaron a repetirse a sí mismo, hasta estereotipar un país de tarjeta postal, farolito mediante, ajeno a la sangre y el destino de su gente. Entonces, se perpetró la división artificial y asfixiante entre el cancionero popular ciudadano y el cancionero popular nativo de raíz folklórica. Oscuros intereses han alimentado, hasta la hostilidad, esta división que se hace más acentuada en nuestros días, llevando a autores, intérpretes y público a un antagonismo estéril, creando un falso dilema y escamoteando la cuestión principal que ahora está planteada con más fuerza que nunca; la búsqueda de una música nacional de raíz popular, que exprese al país en su totalidad humana y regional.
No por vía de un género único, que sería absurdo, sino por la concurrencia de sus variadas manifestaciones, mientras más formas de expresión tenga un arte, más rica será la sensibilidad del pueblo al que va dirigido.
No hay pues, para el hombre argentino, un dilema entre tango y folklore, música ciudadana o música regional, tipismo o nativismo. El dilema real del hombre argentino es, en este plano de sus intereses, o desarrollo vital de su propia expresión popular y nacional en la diversidad de su formas y géneros, o estancamientos infecundo ante la invasión de las formas decadentes y descompuestas de los híbridos foráneos.
Hay país para todo el cancionero. Sólo falta integrar un cancionero para todo el país.
Una toma de conciencia: el auge de la música nativa
En estos momentos, Buenos Aires y el país todo, asisten a un poderoso resurgimiento de la música popular nativa, que ha motivado la inquietud por interpretar este fenómeno. Hay quienes se inclinan por considerar este resurgimiento como una moda, a la manera de tantas que suelen asolar a la gran capital cosmopolita, puerto de todos los puertos. Pero un ceñido análisis de nuestra realidad, no puede menos que alejarnos de ese supuesto. Nosotros afirmamos que este resurgimiento de la música popular nativa, no es un hecho circunstancial, sino una toma de conciencia del pueblo argentino.
En lo que respecta a Buenos Aires, apuntamos este hecho: debido al auge industrial que se inicia a raíz de la Segunda Guerra Mundial, la capital, recibió el aporte masivo de inmensos contingentes humanos del interior del país. Ellos traían junto a la esperanza de una vida mejor en la gran ciudad, sus raídas guitarras y la magia de sus paisajes natales. A la postre, serían el mercado que exigiría cada día más música nacional nativa y que terminarían por imponer al hombre y la mujer porteños, un gusto y una pasión inquietante por este inmenso y abismal país continente. Todo el país comenzó a verse a sí mismo en el cancionero, sospechando que a sus espaldas, un mundo cautivante y desconocido se había puesto en movimiento.
El auge de la música folklórica es un signo de la madurez que el argentino ha logrado en el conocimiento del país real. Son los primeros síntomas masivos de una actitud cultural diferente; ni desprecio ni olvido.
El país existe. El pueblo del interior ha realizado ya la tercera fundación de Buenos Aires, esta vez desde adentro. La conciencia de ese ser en el país es irreversible y sus implicancias más profundas de las que el cancionero nativo es sólo su forma más visible, informarán y conformarán en adelante su destino histórico. Pero este descubrimiento de la tierra, esta valoración cultural nueva que intentamos desentrañar, debe ser ampliada y profundizada, so pena de que se pierda en el tráfago de los intereses creados y paralizantes. Si para muchos este hecho resulta una distracción o un espectáculo en ir más allá de sus apetencias inmediatas, el artista creador con vocación nacional y raigambre popular, debe burlar esta trampa.
Que no le escamoteen ni al artista ni a su pueblo, esta toma de conciencia, es lo que se propone el Nuevo Cancionero.
Raíces del Nuevo Cancionero
Hasta el advenimiento de Buenaventura Luna y Atahualpa Yupanqui, el cancionero nativo se mantuvo en la etapa de formas estrictamente tradicionalistas y recopilativas. Se vertía el tema tal cual había sido hallado: en su versión primaria con pocos y esporádicos aportes creadores que, casi sin excepción, se esforzaban por respetar el canon tradicional.
De este celo por las formas originarias y puras, sobrevendrán luego los vicios que quieren hacer del cancionero popular nativo, un solemne cadáver.
En su tiempo, cuando lo principal era la difusión de la canción nativa, este estilo y este concepto, tuvo una innegable justificación y esa labor de tantos abnegados cultores y difusores de la canción vernácula, nos merece un alto respeto. Entonces, el cancionero carecía de un sitio hondo y visible en la sensibilidad de amplios sectores del país; era natural y lógica la insistencia en mostrarlo tal cual era o había sido su origen.
Pero fue la fijación en ese estado lo que degeneró en un folklorismo de tarjeta postal cuyos remanentes aún padecemos, sin vida ni vigencia para el hombre que construía el país y modificaba día a día su realidad.
Es con Buenaventura Luna, en lo literario y con Atahualpa Yupanqui, en lo literario musical, con quienes se inicia un empuje renovador que amplía su contenido sin resentir la raíz autóctona.
A ese hallazgo se sumará luego el aporte de músicos, poetas e intérpretes de las nuevas generaciones que, urgidos por desarrollar esa yeta de la sensibilidad popular, han protagonizado el resurgimiento actual.
Tanto Luna como Yupanqui, surgen de las dos regiones más ricas en expresiones musicales: el Norte y Cuyo.
Estos, sin ser los únicos, son los más representativos precursores por la calidad y la extensión de sus obras y en su vocación de expresar renovadamente la canción popular nativa señala su origen el Nuevo Cancionero.